Cada 12 años coinciden las elecciones presidenciales de México y de Estados Unidos. El 2012 es uno de ellos.
Mientras que en Estados Unidos el próximo 6 de noviembre los votantes decidirán si quieren seguir con el Presidente Barack Obama o si prefieren a otro de los candidatos, en México es seguro que habrá un cambio de líder. El Presidente Felipe Calderón estará fuera de Los Pinos para el final del próximo año.
Para muchos mexicanos, hartos de la guerra contra el crimen organizado y los militares en la calle, esto es una gran noticia. Esperan que el siguiente presidente implemente nuevas estrategias que sean más eficientes y eviten más muertes (que hasta ahora suman más de 34,600 según datos oficiales del gobierno).
El dilema principal es que – independientemente de quién gane – ninguno de los aspirantes presidenciales presenta las características necesarias para dirigir a un país tan complejo y emproblemado como México.
Por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se lanza Enrique Peña Nieto. Su partido estuvo en el poder por más de 70 años con una hegemonía absoluta que estuvo teñida por el autoritarismo y la corrupción. Sus críticos dicen que es un muñeco creado por Televisa que sólo sabe leer el teleprompter.
Peña Nieto hoy es el favorito en las encuestas, pero su reciente penoso desacierto en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara donde no pudo citar tres libros que le hubieran marcado su vida y el vídeo de YouTube que lo muestra en dificultades para hablar inglés han puesto en duda su capacidad para gobernar.
El Partido Acción Nacional (PAN), al que pertenece el Presidente Calderón, parece que postulará como candidata a Josefina Vazquéz Mota. El PAN lleva dos sexenios en el Ejecutivo. Comenzaron con muchas esperanzas de un gran cambio para el país, pero terminaron desilusionando a la población. Marcado por la ineficiencia de sus líderes e incongruencia con los principios que antes tanto presumían, ahora la gente vuelve a exigir un cambio.
A pesar de que Vazquéz Mota indica ser la más honesta y preparada para el puesto, lleva el nombre de un partido que los mexicanos quieren ver fuera de la presidencia. Además sus detractores argumentan que tiene poca experiencia, escasas probabilidades de ganar y, ciudadanos que aún se aferran a ideologías de antaño, creen que una mujer no tendría la dureza necesaria para afrontar a los narcotraficantes.
La tercera opción es Andrés Manuel López Obrador (AMLO) por parte del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Con una ideología política de izquierda, el partido para algunos es sinónimo de populismo, extremismo y del Presidente venezolano Hugo Chávez.
AMLO entra a la contienda por segunda ocasión y promete acercarse al centro sin radicalismos. Empresarios y políticos asociados a la derecha ahora lo apoyan. Sin embargo, los escépticos sospechan que es sólo una farsa. Dicen que al obtener el poder resurgirá el viejo López Obrador que, cuando no obtuvo la victoria en el 2006, hizo un berrinche de frustración, obstruyó avenidas principales en la capital y se autoproclamó “Presidente legítimo” de la nación.
Las boletas de las elecciones presidenciales del 2012 en México dejan mucho que desear. No hay una opción viable. Nadie tiene las destrezas para gobernar.
Habrá que elegir al menos peor y, como al manejar, cerrar los ojos y esperar a que el golpe nos avise qué tan grave fue nuestra maniobra desesperada.
